jueves, 5 de mayo de 2022

EL TRANSPORTE


Cuando comencé a estudiar en la Escuela Industrial No 6, no pensé que el camino para llegar a ella fuese tan misterioso.

Esa mañana de invierno, el transporte pasó a buscarme puntualmente y al subir y saludar, nadie me respondió, sólo me miraban con ojos profundos y oscuros.

Al llegar a la altura del Aeropuerto, por la Ruta 3, nos internamos en el camino de tierra que nos llevaba hacia la Base Aérea Militar, donde estaba erguido el colegio, en medio de una fría soledad.

La sensación de que estaba solo en esa tráfic, me invadía a cada segundo. Pude oír el murmullo de esas extrañas personas con las que compartía el viaje.

Llegando a una elevada pendiente, el transporte doblaba a la izquierda debido a un desvío, pasaba por un control militar y luego retomaba el antiguo camino.

Antes de comenzar a subir la pendiente, el transportista dijo:

—Chicos, hoy es el día.

Súbitamente sentí un temor que comenzó a apoderarse de mí, pero no tuve tiempo ni a respirar.

Luego de subir esa pendiente, nos encontramos con la barricada, pero en vez de girar a la izquierda, el transportista aceleró aún más y lo cruzamos. No entendí nada: debimos haber chocado. Entonces noté que el transporte parecía ser otro. Los chicos parecían ser otros. Y yo parecía ser otro...

Miré por la ventanilla y vi un cielo totalmente negro y nieve por doquier. Un típico escenario de Río Gallegos, donde las mañanas son tan oscuras como las noches. Sentía que algo andaba mal y no me animaba a hablar. A mi derecha, la luna llena reflejaba su fulgor en el río, calmo, frío...

—Hoy es el día, chicos –repitió el transportista—. ¿De quién es el turno?

Las miradas se desviaron hacia un alumno que estaba delante de mí. Este chico pareció sonreír como disfrutando el momento.

El transporte frenó, uno de los chicos abrió la puerta y comenzaron a bajar uno tras otro. Cuando ya no quedaba más que yo y el transportista, él volteó y me dijo que bajara para observar.

La camioneta arrancó, se alejó, dio la vuelta para colocarse de frente a nosotros, formados uno al lado del otro, mientras el alumno que había sido observado por sus compañeros se sentó en medio de la calle de tierra.

—¿Qué están haciendo? –pregunté. Pero nadie me respondió. El transporte arrancó acercándose a gran velocidad y nadie hacía nada—. ¡Sáquenlo del camino! –grité.

Pero nadie se movió. Intenté interponerme pero el resto me sostuvo y me tiraron al piso. El transporte siguió acercándose y uno de ellos me dijo, susurrando:

—Hoy celebramos su iniciación.

No quité la vista del chico que estaba sentado en la calle, ni siquiera cuando el transporte le pasó por encima, arrastrando su cuerpo hasta que frenó.

En ese momento me soltaron y todos fueron hacia el cadáver. De pronto comenzó a nevar y logré observar que el muchacho que había sido atropellado se levantó como si nada.

Pronto el transporte nos cargó a todos. El chico, con movimientos lentos y con una sonrisa de alma muerta, subió a la tráfic mientras era aplaudido y felicitado por todos.

Continuamos el viaje hacia el colegio en silencio. Me arrinconé en mi asiento y me negaba a bajar, pero entre varios me tomaron de los brazos y me sacaron.

Durante la mañana, no me podía concentrar y en los recreos me sentía perseguido. No sabía diferenciar quiénes eran como yo y quienes eran como aquellos. Algunos profesores actuaban de manera extraña y muchas veces miraba hacia atrás y notaba que todos tenían los ojos clavados en mí.

—A todos nos toca, amigo. A todos –me dijo una chica que pasó a mi lado.



Debo reconocer que es impresionante y muy difícil de explicar la sensación de ver que el transporte viene hacia ti y que, luego de atropellarte, al fin sentís la paz y kilos de mugre se separan de tu cuerpo mortal.



(Publicado en el libro "Ruinas del alma", 2010. Relato ganador del Primer Premio del Certamen Literario “Estímulo a las Letras”, 2008)


TU SILENCIOSA PRESENCIA



    
        Solías ser sereno en unas oficinas céntricas por las noches. La persona a la que relevabas se iba a las doce te quedabas solo hasta las ocho de la mañana. La primera noche te contó todo lo que necesitabas saber sobre el trabajo. Las tres siguientes comprobaste que todas las cosas que te había explicado sucedían. La cuarta, mientras estabas viendo una película en tu notebook, la fotocopiadora comenzó a susurrar y a hacer andar sus mecanismos, automáticamente, como siempre. Solo que esta vez no se detuvo. Cuando fuiste a ver qué pasaba, desde su boca emergió una hoja. Te quedaste largos segundos observándola. Al final, te decidiste y la tomaste. En el centro de la página había tres palabras: Te estoy viendo. De reojo, notaste que algo sucedía en el monitor de vigilancia, giraste la cabeza y observaste que, en la imagen que correspondía a la recepción donde estabas, tenías una sombra detrás. 

Esa mañana no volviste a tu casa.


(Publicado en la antología "Aurora de autor", 2020)


HOSPITALIDAD


  La señora Julianez me invitó un café y me pidió que la esperara en el living. Lo recorrí con brevedad, observando decenas de portarretratos y cuadros llenos de rostros ajenos y alegres. Mi idea era obtener la información que necesitaba, beber el café e irme lo antes posible. Fue entonces cuando apareció el olor. A juzgar por el aroma, lo que estaba preparando para su almuerzo estaba podrido y no quería que me invitara a comer. Cuando apareció y me ofreció la taza, el olor era nauseabundo y no pude ni acercar mi nariz a la taza. La dejé en una mesita baja y esperé en silencio. Me señaló un gran sillón y me senté. Era duro e incómodo. El relleno estaba apelotonado porque se sentía irregular. Me comentó muchas cosas a las que no pude prestar atención. El olor era tan penetrante que tenía que respirar por la boca y concentrarme en no vomitar. Me dio los papeles que necesitaba y me dijo que a su esposo le hubiera gustado conocerme, porque yo le recordaba a él. A pesar de ser un comentario incómodo, cometí el peor error al consultarle qué le había pasado.

-Se fue. Hace años que se fue. Me dejó. Y se llevó a mi hijo. Bueno, se fue con él. Hasta el perro se llevó.

Me pareció triste y la pena hizo que soportara el hedor y quisiera hablar más. Me sentí mal por querer sacarle la información que necesitaba para mis trámites personales, pero no socializara con ella. Desvié la mirada y me concentré en las fotos. Allí vi a su marido, su hijo y el perro.

-Pero bueno, no quiero aburrirte con esas historias. Se fueron, todos me dejaron, pero tuve que seguir adelante. Como vos.

Yo asentí. Soporté una arcada y tosí para disimular.

-Si había algo que a mi esposo le gustaba era que la gente que venía a casa se sintiera bien atendida. Me decía que siempre había que tener café listo, galletitas o bizcochitos para ofrecer. O unos mates. ¿Preferís unos amargos? La hospitalidad era su religión. -Desvió la vista a los cuadros y suspiró-. La verdad es que los extraño. Pero así son las cosas.

-Pero, ¿aún tiene contacto con ellos?

-No. Al principio dolió. Pero luego, sentía que los tenía en casa. Siento la presencia de todos. El padrecito me dijo que uno debe dejar atrás el dolor y continuar, pero, ¿cómo se procesa tantas muertes?

-Uh, perdón. Por un momento pensé que ellos se habían ido de la casa a vivir a otro lado o algo así.

Me sentí horrible por mi comentario.

-No, nene. Están muertos.

-Disculpe. Lo siento mucho.

La señora Julianez se puso de pie y fue hacia la cocina. Desde ahí me ofreció galletas, pero yo me negué.

-Perdón que sea tan insistente -dijo y volvió a sentarse en el sillón frente a mí-. Mi marido insistía en que la gente estuviera cómoda. ¿Estás cómodo, nene?

Le dije que sí, a pesar del olor horrible, el incómodo y duro sillón y el ambiente claustrofóbico que imperaba.

-¿Escuchaste, Ernesto? Está cómodo.

Por un momento, pensé que aquello era producto de un luto sin fin, pero su gesto era otro. Enarcó las cejas y miró la taza de café que yo no había tocado.

-Al final, tu insistencia dio frutos. Hiciste que el chico se sintiera cómodo.

Entonces me di cuenta que no miraba la taza, sino mis piernas, a la altura de mis rodillas. En el cuero del almohadón del sillón había una rajadura cocida con un hilo negro grueso. La costura era deficiente y se veían los espacios sin cocer. Metí un dedo y comencé a escarbar.

Una corriente helada recorrió mi espalda cuando descubrí varios ojos blancos y sin brillo, mirándome.


(Publicado en "La ciudad, después..." y en la antología "Cuentos escondidos", 2020)


CONTRARRELOJ


                -El negocio es así -empezó: yo le cuento quién soy y de dónde vengo; le muestro el video y finalmente, le hago la propuesta. Si acepta, el pago debe y hacerse en el momento. Va conmigo a un cajero, saca el dinero y me paga. Cuando su problema se solucione, no se dará cuenta, porque he aprendido, por experiencia... llevo más de cinco años en este negocio... que es mejor que no sepa nada, ya que de nada serviría. Es mejor que todo pase como una fugaz treta del destino. ¿Está dispuesto?

Su interlocutor lo miró con confusión. Ese extraño hombre se había metido en su casa tan rápido que él no había alcanzado a objetar nada. Tenía un traje negro, en su regazo un maletín que permanecía cerrado y en su rostro, duro, de ojos saltones, una amplia sonrisa de vendedor y exactamente era eso.
-Mire, no entiendo nada de lo que me dice -respondió Roque-. Se metió en mi casa y después me suelta un discurso de vendedor que no entiendo.
-Bueno, por eso he creado las tres etapas de mi negocio-explicó el extraño hombre.
-Está bien, pero solo explicará todo cuando acepte -interpuso Roque-. Eso no está bien. Los vendedores deben adelantar algo de su negocio para que las personas acepten escuchar más a cambio de la paga.
-Veo que está bastante familiarizado con el mundo de los negocios -dijo el hombre, ampliando aún más su sonrisa y abriendo más sus ojos.
-He sido vendedor toda mi vida –respondió-. Cuarenta años en el rubro.
El hombre se acomodó en su silla.
-Bien. Solo porque es un... colega, se podría decir? Le adelantaré la primera etapa de mi negocio, gratis. Usted tendrá que pagar por las otras dos. E insisto, cuando dice que yo me metí en su casa", no olvide que usted lo permitió y que incluso dejó que me sentara en su silla y me pusiera cómodo sin que usted atinara a echarme. Algo de lo que soy o lo que vengo a ofrecerle, sospecha.
Aquello dejó sin palabras a Roque.
-Bueno, aclarado eso, le contaré quién soy y de dónde vengo -dijo el hombre y aclaró su voz-. Soy el presidente, fundador y único empleado de una empresa llamada "Contrarreloj”.

-¿Contrarreloj? -preguntó Roque-. ¿Qué clase de servicios ofrece?
-Ese detalle corresponde a la segunda etapa de mi negocio y para eso debe aceptar el trato y firmar un consentimiento -dijo y dio unas palmadas a su maletín.
-Bien, continúe.
-En cuanto a “de dónde vengo", también responde a “de cuándo vengo''.
Roque se quedó sin palabras, otra vez. El silencio que reinó en su pequeño comedor se llevó aquellas palabras, las hizo danzar y entraron una por una a su mente. Se tomó unos segundos para procesar lo que había dicho.
-Quiero decir que vengo del futuro –declaró el extraño personaje-. Vengo de un tiempo y espacio determinado que se relaciona directamente con usted y su vida. Y su muerte.
Aunque las palabras que ese hombre decía eran descabelladas, propias de un pobre diablo que tiene tan poco de cordura, como de vendedor, hicieron sonreír de incredulidad a Roque.
-Entonces, debo decir, por último, que el negocio que vengo a ofrecerle tiene que ver con su vida y muerte.
Roque se puso de pie y extendió su brazo señalando la puerta.
-Roque, por favor... -El hombre habló con tranquilidad y decisión-. No sea tonto. Sabe muy bien que no estoy loco ni estoy bromeando. Sabe que de algún lugar y momento me conoce. No sabe con exactitud ni de dónde ni de cuándo, pero sabe que es así. Eso se llama “Rastro de garantía” y es parte del negocio.
-¿Qué quiere decir eso? -preguntó Roque dejando caer el brazo.
-El “Rastro de garantía” es justamente lo que dice: en su mente hay un rastro que yo mismo dejo, un rastro de consciencia, de recuerdo, de una memoria endeble, pero legítima, que le indica a usted que me conoce. Y ese rastro es la garantía de mi negocio. Es una manera de evitarme esos largos diálogos y monólogos en los que el vendedor se extiende explicando cosas sencillas usted cree por imposibles. ¿Me explico? -El silencio de Roque y el ademán de sentarse otra vez en su silla, fueron respuesta para el vendedor-. Bien. Eso me gusta. Ese rastro le dice a usted que me conoce y es una garantía para que sepa que voy en serio y que vengo del futuro. De un futuro no muy distante, en el que usted muere.
-¿Cómo?
-Bueno, bueno, bueno... hasta aquí llega mi regalo promocional -exclamó el hombre. El cómo, el por qué, el dónde, el cuándo, es parte de la segunda etapa.
-¿Lo del video? -consultó Roque.
-Exacto.
-Y supongo que, en un video, me muestra el cómo, el por qué, el donde y el cuándo muero...
-Exacto.
-Y su propuesta es...
-Roque... hasta el momento he sido amable, respetuoso y sobretodo muy paciente con usted. -El rostro del hombre adquirió un tono oscuro, sus rasgos se endurecieron más y sus ojos se cerraron un poco, mostrando seriedad y algo de enojo-. Si de verdad ha sido vendedor en su pasado, entenderá mi postura. Si quiere que prosiga, debe firmar.
Roque aspiró profundamente y desvió la mirada hacia un costado. Sentía esa sensación de precaución, de cautela, de incredulidad. Pero también, ese tal “rastro" que el hombre había mencionado, estaba palpitando en su mente.
-Está bien -acordó Roque.
-¡Genial! -exclamó el hombre. Abrió su maletín y extrajo unos papeles que extendió ante la mirada confundida y curiosa de Roque-. Lo que dice allí es una versión si se quiere un poco más extensa y con palabras más elegantes de todo lo que le he adelantado: las tres partes del negocio, la forma de pago, incluido los honorarios, que dependen de mi incidencia en su caso y se menciona que ese “Rastro de garantía” que se insertó en su memoria, quedará eliminado una vez que se cumpla el trato. Firme al pie de ambas hojas, la segunda es su recibo, quédeselo.
Roque observó los papeles que tenía frente a él y no le dedicó más que unos segundos en leerlos. En efecto, allí estaban expresadas todas las mismas cosas que le había dicho. Firmó las dos hojas. El hombre las recibió, de un tirón sacó la segunda página que estaba unida a la primera por medio en un gancho y se la extendió.
-Bien -dijo el hombre, guardando el convenio y su birome. Extrajo de su maletín un pequeño pen drive plateado y un DVD portátil-. Ahora le voy a mostrar la prueba.
Encendió el DVD, luego que pasaron todos los preámbulos, conectó el pen drive y seleccionó un archivo con el nombre de Roque. Había un solo archivo, en formato de video.
-Lo que está por ver puede ser fuerte para su corazón -le dijo el hombre, bajando la voz-. ¿Necesita que, además, con el paquete de compra, le incluya un calmante?
-¡Ponga ese video de mierda de una vez! –exclamó Roque.

-Comprendido, señor -dijo el hombre e hizo la venia militar.
El video era una captura de una cámara de seguridad apostada en una de las calles de la ciudad. El espectro de la toma abarcaba la vereda de la esquina y una parte de las calles que se cruzaban. Se veía el semáforo, unos autos estacionados y casi ningún transeúnte. En la toma apareció un hombre caminando que miró a un costado y que continuó avanzando hasta detenerse en la esquina para mirar hacia ambos lados. Roque logró reconocerse a sí mismo por su ropa y forma de caminar. Conocía las calles, era en una de las intersecciones aledañas al centro de la ciudad. De repente, dos autos, que aparecieron repentinamente a altas velocidades, chocaron. Uno de ellos salió desviado hacia un lado golpeando a Roque, quien salió despedido como un muñeco de trapo fuera de la toma. El Roque que observaba el video dio una sacudida y se tapó la boca por el horror de la escena. Pero el video alternó de una cámara a otra ubicada al lado y que abarcaba la vereda que iba hacia la derecha. Allí se vio cómo Roque impactó contra la pared de un comercio y quedó inmóvil en el piso. Poco a poco comenzó a acercarse gente a socorrerlo. La boca de Roque quedó sellada. El golpe que le dio verse morir lo dejó helado.
-Como verás, en la parte de abajo del video dice que esto ocurrirá el 21 de septiembre, es decir... en cinco días –dijo el hombre.
Pero Roque no respondió ni se movió. No dejaba de mirar la imagen congelada de la gente auxiliando al fallecido.
-Si estás dispuesto, pasamos a la tercera etapa de la negociación -añadió el hombre.
Roque reaccionó de golpe. Se puso de pie y comenzó a gritar.
-¡Esto es una mentira! ¡Es un video falso! ¡Una extorsión! ¿Cómo es posible todo ésto?
-Calmate, Roque -dijo el negociador con voz tranquila-. Así no se hacen los negocios. ¿Querés ver una prueba?
Ante el silencio de Roque, el hombre regresó el video al principio. Se veía a Roque caminar otra vez hacia la esquina. En ese momento, dos personas pasaban por detrás de él. Colocó Pause y señaló a una de las personas en el video. Tenía puesto un traje negro y en su mano llevaba un maletín. Si se estudiaba bien la imagen, se notaba que ese sujeto observaba a Roque.
-Imposible. ¿Cómo puede estar usted ahí?
-Ese es el “Rastro de garantía” -contestó el hombre-. Mire. 

El video continuó y se pudo ver cómo Roque desvió la mirada hacia un lado y miró al de traje por unos segundos, para luego seguir avanzando. Roque cayó con pesadez en su silla y comenzó a sollozar, mientras se tomaba la cabeza con las manos.
-Es común que la gente en estos momentos de la negociación trate de atacarme, Roque –dijo–. Y aunque los entiendo, por la presión, la tensión, la incredulidad, le digo que es totalmente inútil. Mueren de todos modos. De formas diferentes, todos los días. Si yo puedo estar ahí, soy el único puede evitar. Y si me entero de un accidente así, consigo el video, implanto el "Rastro de garantía” y después es turno de visitar al cliente. Pegarme, insultarme, tratarme mal, no cambia el destino que le espera ese día... negociar conmigo, sí.
Roque se secó las lágrimas y observó al hombre desde detrás de la película lacrimosa en sus ojos. No podía calcular la edad, pero era joven. ¿De qué serviría. atacarlo? Roque no era más que un hombre entrando en la vejez y como ese extraño individuo había inferido, de nada serviría.
-Bien, ¿qué sigue ahora? -preguntó.
-La tercera etapa -respondió el hombre, moviéndose en la silla y acercándose más a Roque-. La más importante. Así como estuve en ese día futuro y hoy estoy aquí, yo puedo volver a ese día y evitar lo que le va a pasar. Si calculamos el tiempo que pasó entre que usted apareció en la escena hasta el momento en que lo atropellan, podría decir que con solo pedirle la hora, lo demoro el tiempo necesario para que a ese accidente lo vea desde un V.I.P. y que no sea una víctima.
-¿Pero la gente que iba en los autos...?
-No me importan ellos – dijo con frialdad-. Usted es mi cliente. Ya accedió a firmar el documento. El negocio es con usted, no con ellos. Ese accidente no se va a evitar. Si ellos murieron, lo siento por sus familias. Mi interés es que no muera usted. Usted, en ese accidente es lo que llaman las aseguradoras, “daño colateral”.
Roque volvió a ponerse de pie y caminar por su cocina. El hombre solo se limitó a. observarlo ir y venir.
-¿Y cómo es la tercera etapa? -preguntó Roque, deteniéndose- ¿Cómo lo hace?

-Puedo volver a ese día y evitarlo. Y como le dije al principio, ese “Rastro de garantía” desaparece. No recordará que ese que lo demora en la calle es el sentó en esta silla y le ofreció este negocio.
-Roque volvió a su silla y se sentó. Miró la imagen en el DVD del momento en que ambos cruzaban la mirada y luego observó al hombre.
-Está bien, hagámoslo -respondió.
Salieron de la casa y fueron hacia el cajero más cercano. En el camino, Roque pensó en el hombre. En su trabajo. No podía identificar si era un delincuente haciendo un fraude o un héroe anónimo. Lo cierto es que hasta los honorarios que cobraba, eran menos de lo que él pensaría. “Depende de cada caso y mi incidencia en él”, le había dicho.
El hombre cobró por su trabajo y le apretó la mano a Roque.

-Ahora mismo, cuando usted me suelte la mano, se cierra el acuerdo -explicó el hombre. No necesita saber más nada. No tendrá la sospecha de que algo raro ocurrió con su vida.
-¿Pero por qué no voy a darme cuenta que usted me salvó?
-Porque la vida tiene que vivirla. Si yo dejara que usted guardara en su consciencia esto, no va a vivir tranquilo. Y desde hoy hasta el 21 de septiembre, se la va a pasar mirando el almanaque. Y cada día que vaya a cruzar una calle, va a buscarme o a tener terror de que su vida se esfume en un segundo. Es mejor así. Cuando nos soltemos las manos, usted no morirá ese día, ni de esa manera. Pero tenga en cuenta que no es inmortal. Va a morir tarde o temprano. Lo de hoy es solo una extensión especial. -Y antes que Roque dijera algo, el hombre agregó: No tema estar violando ninguna ley divina. Como
yo lo veo, si hay libre albedrío, quiere decir que usted tiene el control sobre su vida y esto es un control extra que usted tiene la posibilidad de tener. -Roque asintió-. Bien, Roque. Que viva bien.
Se soltaron las manos y Roque observó cómo el hombre se alejaba.


-El negocio es así -empezó-: yo le cuento quién soy y de dónde vengo; le muestro el video y finalmente, le hago la propuesta. Si acepta, el pago debe hacerse en el momento. Va conmigo a un cajero, saca el dinero y me paga. Cuando su problema se solucione, no se dará cuenta, porque he aprendido, por experiencia... llevo más de siete años en este negocio... que es mejor que no sepa nada, ya que de nada serviría. Es mejor que todo pase como una fugaz treta del destino. ¿Está dispuesto?
El hombre había entrado a la casa de Gerardo de improviso. No supo cómo, pero aquel extraño personaje ya estaba en su silla, tomando su café y con una tranquilidad que le llamaba la atención. Lo que le extrañaba era que él mismo, Gerardo, no le temía ni sentía que debía echarlo. De algún lado lo conocía. Le explicó los pormenores del negocio, quién era, de dónde y cuándo venía y que tenía un video para mostrarle. Le habló sobre el “Rastro de garantía”.
Cuando el hombre reprodujo el video, Gerardo vio que, gracias altura de una cámara ubicada en su ciudad, él caminaba rumbo a su juzgar por la ropa de oficina que llevaba puesta y que pasó por al lado de una obra en construcción. Gerardo tuvo el atisbo de lucidez de reconocerla y verla en estado de más avance del que estaba en su presente. Esa obra estaba a metros de la oficina donde trabajaba. En ese mismo momento, pasó a su un hombre en traje, el negociador en persona, con quien cruzó mirada. Segundos después, el andamio sobre el que estaba trabajando un obrero tembló y se desprendió de él una tabla de madera gruesa que cayó en picada directo sobre la cabeza de Gerardo. Verse a sí mismo ser aplastado, fue muy fuerte. Permaneció unos segundos mirando la pantalla con los ojos desorbitados. Su cuerpo permanecía, flácido, al costado de la madera y pronto un charco de sangre se convirtió en la almohada del muerto. Ver su propia muerte y sangre, hizo que le bajara la presión.
-Como verá –le dijo el hombre. La fecha del accidente es en diez días. Y se puede evitar. Yo lo puedo evitar. Es parte del negocio. Ya lo he hecho muchas veces.
-¿Cómo?
-Puedo volver a ese día, al futuro y evitar su muerte. Como habrá visto, antes de ocurrir el accidente, usted se cruza conmigo -dijo y Gerardo volvió la mirada al video, en donde se veía cuando ambos se miraron–. En el momento en que me cruzo con usted, puedo demorarlo de cualquier modo. El andamio se romperá, la madera caerá y usted no se hará ningún daño.
Gerardo no lo dudó. Detrás de él tenía una familia que no se podía dar el lujo de abandonar si podía evitarlo. Hicieron todas las transacciones correspondientes y salieron del cajero.
-Ahora mismo, cuando usted me suelte la mano, se cierra el acuerdo.
-¿Tendré consciencia de lo que sucederá?
-No, no la tendrá. Y es mejor así. Créame.



Entraba a las ocho de la mañana al trabajo y aquella ducha que me di hizo que me atrasara. Cuando sali de casa todavía estaba bastante dormido. Estacioné el auto a cuatro cuadras y caminé el resto. La ciudad estaba despertándose poco a poco. Se veían muchas personas ir y venir, pero yo iba distraído y pensando en las obligaciones de ese día.

Cuando tomé por la calle que lleva a mi trabajo, recordé que unos ruidosos obreros estaban levantando un edificio nuevo a pocos metros de mi oficina y el ruido del trabajo me molestaba bastante... todos esos golpes de martillo, masa y el ruido chirriante de las amoladoras. Eran muy irritantes. Los obreros habían tapado el frente del edificio con una pared de maderas que se había comido más de la mitad de la vereda, obligando a las personas a bajar a la calle para pasar. En ese momento, un hombre se interpuso en mi camino. Llevaba traje y un maletín.
-Disculpe señor, ¿tiene hora? –me preguntó.
Pero ante mi atraso y distracción, lo evité, esquivándolo y dándole un golpe con el hombro, sin intención de hacerle daño. El hombre se bamboleó y se cayó en la vereda. Hice dos pasos y pensé en que mi gesto había sido muy maleducado. Me volví para ayudarlo a ponerse de pie pero sentí un ruido sobre mi cabeza. Al observar, vi que el andamio se debilitó y una de las tablas que servían como piso se desprendió cayendo sobre el hombre de traje. El golpe fue certero: pude sentir el ruido seco cuando le partió la cabeza. La madera quedó a un costado y el hombre de traje a su lado, inmóvil y despidiendo sangre por su cabeza. La gente que estaba en las cercanías se horrorizó y se fueron acercando uno por uno para ver la terrible escena. Yo todavía seguía sin poder creer lo que veía. Una mujer que apareció a mi lado usó su celular para llamar a la ambulancia, aunque era en vano.
-¿Qué pasó? -preguntó cuando cortó la comunicación y los obreros del edificio también se acercaban.
-Ese debía ser yo –dije como autómata-. Ese debía ser yo.
-¿Conoce a ese hombre?
-No -dije-. Pero si no fuera por él, yo habría muerto. Ese hombre me salvó la vida a costa de la suya.
-¡Dios mío! –exclamó la mujer tapándose la boca, sorprendida por mis palabras-. ¡Qué Dios lo tenga en la gloria!
-Y lo miré. Hablé con él -le dije-. Cruzamos nuestras miradas antes que él muriera.
-Qué increíble que es, ¿no? -dijo ella-. Esos momentos que dice fueron los últimos para él y él jamás lo hubiera sospechado.

Sin quitar la mirada del hombre de traje y maletín, dije:
-Así es, qué frágil es la vida.